Sabemos sorprendentemente poco acerca de lo que comemos y porqué. El investigador Brian Wansink ha organizado miles de estudios para entender más.
Hace más de 20 años, Brian Wansink accidentalmente se encontró con una revelación que cambiaría el curso de su carrera. Él y sus estudiantes de posgrado (cuando era profesor en la universidad de Wharton en Pennsylvania), realizaban un estudio acerca de empaques de alimentos amigables con el medio ambiente. En medio del evento en que daban bolsas de snacks gratuitas a quienes entraban a los cines en Filadelfia para ver si se daban cuenta de que comían más con empaques de mayor tamaño, se les acabaron las bolsas grandes y tuvieron que utilizar otras más pequeñas a las que les cabía sólo la cuarta parte de alimento. Y lo que encontraron fue que la gente que recibió cuatro bolsas pequeñas comió la mitad de aquellos que recibieron una bolsa grande, y dijeron que pagarían hasta 20% más por snacks si las vendieran en empaques más pequeños. Ahí tuvo su primer hallazgo, puedes hacer más dinero vendiendo menos comida.
Desde entonces, el Dr. Wansink –que ahora es profesor de economía aplicada y administración en la universidad de Cornell- ha realizado o intervenido en más de 1200 estudios sobre hábitos alimentarios. Y resulta que estamos enteramente a merced del medio ambiente.
Sabemos mucho menos sobre nuestros hábitos alimentarios de lo que creemos. Wansink ha encontrado que tomamos muchas más decisiones acerca de la comida de las que estamos conscientes – más de 200 por día. No sólo elegimos si desayunar cereal o huevos, también qué cereal, cuánto va al plato, con cuánta leche, si terminamos el plato y si repetimos la porción. Todas esas decisiones ni siquiera las registramos, dice Wansink.
Todas estas decisiones son influenciadas por pistas del ambiente. “La mayor parte de la gente cree que es dueña de su propia dieta” dice el investigador. Pero al contrario de esta creencia popular, ha encontrado que buena parte de una alimentación balanceada no tiene nada que ver con la fuerza de voluntad. En un estudio, Wansink y sus colegas prepararon una mesa en la que dos de cuatro tazones de sopa se llenaban continuamente por medio de un dispositivo oculto bajo la mesa. Los participantes a los que se les dieron los tazones que se llenaban solos comieron 73% más y pese a ello no se sintieron más saciados. Aparentemente comemos más con nuestros ojos que con nuestro estómago, porque este no es muy bueno para medir cuánto hemos comido.
El TAMAÑO importa. Existe algo llamado “El movimiento por platos pequeños” gracias a sus investigaciones. Estudio tras estudio, ha encontrado que a mayor tamaño del plato, más comemos. Esto surge de una ilusión óptica –la misma cantidad de comida en un plato de mayor tamaño parece más pequeña- así como de cambios en las normas de consumo y nuestra capacidad disminuida para estimar calorías en porciones de mayor tamaño. Aúneducando a la gente sobre los efectos de un plato de mayor tamaño, un plato mayor sigue haciendo que coman más. Esto también funciona para las bebidas, incluso cantineros profesionales sirven más en un vaso bajo y ancho que en uno alto y delgado, ambos de la misma capacidad en volumen.
El color importa. El color puede engañarnos tanto como el tamaño, en un estudio la gente que comió en platos del mismo color que la comida (pasta con crema en un plato blanco o con salsa de tomate en un plato rojo) se sirvieron 22% más que los que lo hicieron en colores asignados al azar. “Cuando una persona se sirve comida, realmente no está viendo lo que se sirve, así que está en la parte periférica de su visión” si no hay un contraste notable, se vuelve borroso.
La visibilidad importa. Mientras más ves, más comes. Comemos dos veces más dulces de un recipiente transparente que de uno opaco. Pero este fenómeno también puede trabajar a tu favor, si pones comida saludable a la vista. Wansink y colaboradores fotografiaron más de 200 cocinas de casas estadounidenses y encontraron que las dueñas de aquellas en las que el cereal estaba en la repisa más cercana pesaban cerca de 10 kg (20 libras) más que aquellas que no lo tenían, y las que tenían refrescos disponibles pesaban de 12 a 13 kg (24 a 26 libras), mientras que en presencia de al menos una pieza de fruta, las mujeres pesaban 6 kg (13 libras) menos.
La ubicación importa. No sólo comemos más dulces de un recipiente transparente, también comemos más cuando está cerca. Simplemente mover el recipiente del escritorio a tres metros de distancia reduce notablemente la cantidad que la gente come de ellos. Pero hay efectos más sutiles de la ubicación. Un estudio de 213 patrones de restaurantes tipo buffet (todo lo que puedas comer) encontró que la gente más delgada se sentaba con más frecuencia de espaldas a la barra con la comida. Y dónde te sientas también puede tener un impacto: la gente que se sienta más lejos de la puerta principalcome menos ensalada y con mucha más probabilidad pedirá postre.
El ambiente importa. Nuestra susceptibilidad a las señales diferentes del hambre para determinar cuánto comemos va más allá de la comida, los instrumentos para servir e incluso nuestra posición en el restaurante, llega hasta el lugar en el que comemos. Se convirtió la mitad de un restaurante de cadena en uno más “sofisticado” simplemente poniendo luz tenue, música suave y así se encontró que los comensales comieron menos, más despacio y con mayor satisfacción.
Pero la mayoría de nosotros no creemos que el ambiente tenga tanto poder sobre nuestros hábitos de alimentación. “Todos creemos ser más listos que un plato” dice Wansink. Pero en realidad, darse cuenta de cuánto depende del ambiente libera un poco la culpa y puede ser un gran alivio. “Es más fácil ser delgado por diseño que por fuerza de voluntad” dice. Si modificas tu medio, terminas haciéndolo de una vez y típicamente te acompaña el resto de tu vida.
Traducido y adaptado por Dr. Miguel Ángel Guagnelli
Original de Jessica Gross, pubicado en ted.com
http://endocrinologopediatra.mx/2016/02/01/quieres-comer-bien-no-solo-es-la-fuerza-de-voluntad-lo-que-cuenta/
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